Wednesday, September 13, 2006

MANTO DE COBRE.


Observo el mural de cobre de Elisa Aguirre y fabrico mi Polaroid mental de éste. Una estructura de cobre que explora las distintas formas en que la escultora ha trabajado a lo largo de su carrera. Estoy en la estación Plaza de Armas del Metro y lo miro desde la mejor posición: el andén sur.
Sus dimensiones –22 metros de largo por 3,40 de alto- impiden que sea apreciada en su totalidad desde cualquier otro punto de la estación, como reclamando una relación geográfica específica entre obra y espectador: la primera en el norte, el segundo en el sur.
Pienso en la materialidad del mural. Pienso en su carga poética y en como la escultora narra en tres “episodios” tres etapas del proceso de extracción del cobre. Pienso en cada uno –cada panel- como una obra independiente. Pienso en su autora y lo que dice al respecto: “...el panel izquierdo, el de los cañones, tiene que ver con las explosiones, con el proceso de extracción; el de la derecha refiere al proceso más industrial, mientras que el del centro tiene que ver con la oradación, la huella en la tierra”.
La huella en la tierra como la huella que un cuerpo deja sobre la arena y que parece remitir sin mayores preámbulos al dolor, y donde el material es el principal catalizador para un dramatismo que aparece como la consecuencia de un hecho de distancia insondable o mítica que motivara su construcción, dotándola de un carácter testimonial que recuerda hechos de nuestra historia reciente –la nacionalización del cobre y sus costos por ejemplo. Pienso en su relación con artistas como Guillermo Nuñez o Patricio de la O, ligados por medio del dolor y el terror a un norte chileno de pesadilla. Pienso en la sequedad que envuelve el mural de cobre y repito a los mismos artistas esta vez acompañados de sus obras: Las serigrafías de Nuñez como la acción de terceros en su cuerpo. Las pinturas de Patricio de la O como la imposibilidad de mirar el paisaje nortino sin una reducción cromática.
Pero esto es hilar fino.
Esto es especular.
Estoy frente a Elisa Aguirre y le pregunto casi de despedida a que influencias remite su “Manto de Cobre”. Sin pensarlo dispara: “Juan Egenau, Federico Assler, Francisco Gazitúa, Marta Colvin”. Apurado le hablo del vínculo que para mí tiene su mural con una obra de Assler emplazada en un edificio en la calle Agustinas, cerca del cerro Santa Lucía. Ella asiente y me dice que también le gusta, que “pareciera que sostiene el edificio”, aunque esto último tal vez lo dije yo.
La sutileza de Assler como punto en común con Aguirre. El “Manto de cobre” más que sostener se acopla a la estación, fiel a las intenciones de su autora, la que buscaba “que no fuera una cosa ajena sino que se integrase”; lo que no es menor si vemos que la mayoría de las obras públicas buscan una ruptura con el entorno de resultados muchas veces lamentables.
El “Manto de cobre”, llamado así en relación a una jerga minera con la que se denomina una veta superficial, es la primera obra de Elisa Aguirre en un espacio Público.