Tuesday, August 28, 2007

TRUFFAUT, TRUFFAUT...


Hoy no sé muy bien que escribir, tengo un par de cosas en la cabeza que no acaban de cuajar del todo y prefiero no forzar la escritura; sin embargo, como no quiero retirarme sin aportes, copié y pegé un texto acerca del director francés Francoise Truffaut que había escrito para un ramo de apreciación cinematografica en la U, y es el que se lee a continuación.


La obra de Truffaut toca, se estructura y remite, entre otras muchas cosas a la memoria, los recuerdos como fantasmas, como pesadillas o sueños recurrentes que aparecen con cierta regularidad plasmados en el celuloide de algunas de las obras más importantes de este autor francés -a vuelo de ave: “La historia de Adele H.”(1975) O “La Noche Americana”(1973)-.
Sin embargo, la importancia de la memoria es también abordada con el matiz del testimonio, estructurando en algunos casos la historia en su totalidad como ocurre con “400 golpes”(1959), filme donde Francoise Truffaut cuenta en clave picaresca la historia de Antoine Doinel (su eterno alter ego a cargo de Jean Piere Laud, que, como situado en una línea temporal, reconstruye todo el proceso de formación en la vida de este director francés) en lo que viene a ser su primera educación formal.
La experiencia del autor es traspasada al espectador en un formato que se adapta al lenguaje fílmico, pero que al estar sostenido por la experiencia biográfica adquiere una densidad o un peso testimonial que hace comprender lo decisivo de esta obra, permitiéndonos, en nuestra privilegiada posición de espectadores, sopesar claramente por un lado el inicio de una enseñanza basada en castigos físicos y lecciones impersonales como era la educación francesa de los ‘70s, y por el otro, el resultado de marginarse de la misma para estructurar el propio camino formativo y su consiguiente aporte a la reestructuración del mismo –todos sus cuadros dedicados a la educación.
No hay en la obra de Truffaut –y en este sentido “400 golpes” es el más claro de los ejemplos- ningún tipo de desentendimiento respecto al carácter formativo que el cine pudo, y puede en la actualidad, tener respecto a los espectadores. Cabe recordar que este director debe su formación cinematográfica a la contemplación insaciable de cuantas películas se encontrasen en exhibición, lo que en términos educativos demostraría la capacidad de auto-educarse con solo dos factores: por un lado el alumno, en este caso el espectador con su interés, receptividad y juicio, y por el otro, los maestros con su experiencia y bagaje –los grandes directores a los que Truffaut tuvo posteriormente acceso. En este sentido Truffaut es el más latinoamericano de los autores europeos, y no puedo dejar de compararlo con directores de la talla de Adolfo Aristarain, con quien comparte una formación de extramuros y una preocupación por la educación del individuo y la sociedad –basta ver “Martin H”, “Un lugar en el mundo” o, su obra mayor, “Lugares comunes”, aunque en este sentido la más clara puede ser “Roma”-; pienso también en Roberto Bolaño quien se formó exclusivamente por la literatura que –haciendo el paralelo con Truffaut- consumía a raudales, y la experiencia que la vida le entregó al renunciar a los quince años tanto al colegio como a cualquier tipo de enseñanza estructurada, lo que, al igual que para el director francés, no representó en ningún caso un impedimento para que se elevase por encima de todos los escritores de su generación. Otros nombres se me vienen a la cabeza: Roberto Arlt es uno que, como relata en algunos textos, se formó a base de malas traducciones, ediciones baratas, y forjó su obra en los pequeños espacios de descanso que la redacción del diario en el que trabajaba le permitía. Y es que esta relación con la literatura no es en ningún caso menor; a lo largo de sus filmes Truffaut cita con regularidad a Balzác y a Víctor Hugo, autores capitales de la literatura mundial que parecen haberle salvado la vida o el destino, y que constituyen el pilar de una formación que deriva en el cine dando la impresión de que perfectamente podría haber sido cualquier otra disciplina relacionada con la sensibilidad artística, sin embargo pienso que la elección obedece a lo que en un principio abre este texto: la memoria, que se estructura principal o inicialmente con las imágenes a las que luego se le adhieren las palabras y que, si bien no en estricto rigor, se relaciona con la imagen del cine mudo y su posterior sonido.
Bruñuel, autor fundamental para Truffaut, al inicio de su libro “Mi último suspiro”(1982) dice: “Hay que haber empezado a perder la memoria, aunque sea solo a retazos, para darse cuenta que esta memoria es lo que constituye toda nuestra vida (...). Nuestra memoria es nuestra coherencia, nuestra razón, nuestra acción, nuestro sentimiento. Sin ella no somos nada”. Certero Bruñuel.
La educación es una forma de establecer un tipo, o un registro de memoria. Es sabido que cada ítem que se incluye en un programa educacional en ningún caso es gratuito y responde a intereses creados. En este sentido me parece que lo que eleva a Truffaut como a tantos otros a la altura intelectual en que se encuentra es sencillamente el haber escapado –o haber resistido según el caso- a una estructura educacional trunca, mermante y totalitaria; y si entendemos que la educación configura la forma en que se desenvuelve nuestra memoria, para Truffaut no habría sido posible hacer memoria de otra forma que no fuera haciendo cine. Entonces a lo que nos enfrenta Truffaut, como Bolaño, o Bruñuel, o Art, es al registro de su ojo, la impresión en su memoria y la propuesta en distintos registros, tanto formales como valóricos –por ejemplo en “Jules & Jim”(1961)-, de una formación “a la intemperie”, una formación que rectifica la enfermedad, una formación nacida en medio de lo marginal: una educación, en pocas palabras, latinoamericana.