Tuesday, December 12, 2006

EL BAILE TRISTE.


La música electrónica, mejor dicho su movimiento, es triste. Levas de tipos y tipas se arrastran por las pistas de baile tratando de seguir el pulso frenético de los bits que un pobre individuo con vocación de demiurgo se esfuerza por amalgamar. Lo he visto. No es cuento.
Hace poco ocurrió el Love Parade, y digo ocurrió porque sin duda fue un suceso comparable a un movimiento telúrico, lo que –aun sonando a un excelente adjetivo- no se debió precisamente a la música. Los carros que algunas empresas proporcionaron para la “fiesta de la electrónica más grande de Sudamérica” sumado al saltar –ojo, dije saltar no bailar- de los asistentes provocó por momentos que la Alameda recordara el temido año ’85, pero esta vez con más moda, sudor y piel.
Y es que parece ser que dentro de ciertos círculos el espectáculo, el movimiento electrónico, funciona con todo el glamour que debería atribuírsele si se entienden los parámetros propuestos. Estos círculos se creen el cuento, se miran entre sus integrantes y se encuentran irresistiblemente modernos, cosmopolitas y por sobre todo vanguardistas por estar bailando los recalentados de un DJ traído directamente desde Barcelona, Ámsterdam, Paris o cualquier lugar fuera de nuestro país siempre y cuando suene interesante.
Por lo mismo el Love Parade es extraño, y quizás sea eso lo que le proporciona el total de su valor. En esta fiesta los círculos se abren, posan, se visten raro y bailan aún más raro, pero rodeados de gente que jamás tendría la posibilidad de compartir con ellos ese espacio de música, de baile o saltos en otro contexto que no fuera el carnaval. Lo exclusivo se abre y por un momento se roza de manera literal con una piel más oscura, más áspera, menos glamorosa, y entre los comentarios chic se dejan escuchar los garabatos gangosos de un negativo al que le temen.
El Sábado fue eso. Improvisadas pistas de baile se abrían por derecho propio sobre paraderos, techos de edificios o quioscos y en ellas se mezclaba todo, se mezclaban todos. Ahí no se saltaba, ahí se bailaba y se bailaba chistoso, seguro o sensual, porque de abajo –los que sí saltaban- estaban mirando, estaban juzgando. Todos instalaban su pequeño reino, todos se apropiaban del espacio público y convivían con otros a los que el espacio también les parecía el adecuado. Rubios, altos, morenos, castaños, gordos, flacos, pobres y ricos se contorsionaban en un momento que –se les notaba- creían de suma elevación, pero que indefectiblemente estaba condenado al fracaso, como si un reflejo de nosotros mismos, de nuestra imagen de país desarrollado a medio pelo, se filtrase en espacios donde según se dice "solo debe reinar la música".
Para ser más claro una escena. Sobre el paradero al frente del Jaque Matte, unas chicas delgadas, blancas, rubias y borrachas, bailaban al son de un camión auspiciado por Cat, todos miraban todos aplaudían. Más tarde subieron unas chicas ya no tan delgadas, más morenas, con tatuajes mal hechos pero igual de ebrias. Todas bailaron. Todos aplaudieron. Minutos más tarde el caos: las chicas rubias se desperfilaron y se bajaron, subieron los novios de las chicas más pobres y bailaron casi como si quisieran derribar el paradero sobre el público que absorto coreaba “piteate un flaite” mientras el punch del camión aportaba con lo suyo. Los pobres bailarines se sintieron aleonados y bailaron con más ganas. Yo me acorde de la película Estudio 54 y la escena donde uno de los meseros es invitado a una cena exclusiva para refregarle en la cara su ignorancia.
Otra escena. Al frente del edificio Portales una chica con su novio –ambos físicamente impecables- bailaban a un público que les pedía menos ropa, más contorciones, más caricias. Los tipos se entregaron por entero y mostraron todo lo que se puede mostrar de forma sensual y elegante. Cuando decidieron dejar su show y bajar, fueron agredidos con una lluvia de botellas que un grupo de tipos –estos verdaderamente “flaites” armados y todo- empezaron a lanzar con una felicidad a todas luces enfermiza. Los chicos sensuales salvaron ilesos pero uno de los acompañantes fue alcanzado por una botella y se desmayó, los proyectiles, lejos de disminuir, aumentaron con rabia.
Parece ser entonces que hay ciertos sectores que no están preparados para su encuentro, su convivencia. Parece ser que a pesar de las buenas intenciones y la música “que todo lo puede”, en nuestras parcelas socioeconómicas o culturales, no se acepta a nadie distinto a nosotros. Parece ser que los círculos sociales –altos o bajos- si se abren y cohesionan, aunque solo sea un poco, son, a la hora de separarse, repelidos con fuerza y violencia. Parece ser que el Love Parade, entre otras muchas cosas, es la primera instancia de encuentro entre los que posan de chic e interesantes y los que por otro lado lo hacen de malos, duros y violentos.
Otra imagen –la última. Una pareja de chicos vestidos a lo “Sound” se bajan de un taxi a las tres de la mañana en la esquina de Cumming con Catedral. Discuten con el conductor, amenazan de muerte y escupen. El taxi se va, ellos quedan solos. Es Domingo y no hay locomoción. Discuten con una voz gangosa su suerte y la chica golpea a su novio, acto seguido rompe a llorar. El abrazo, un largo abrazo, fue el más tierno que he visto en años.

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