Tuesday, December 12, 2006

UNA FRACTURA MÁS GRANDE.


Aparecemos en la exposición de Alfredo Jaar en el Edificio Telefónica. Rodrigo Molina y yo no podemos creer que haya muerto Pinochet. Minutos antes, desde Los Andes llaman a Rodrigo y le avisan del deceso. Son las tres de la tarde y hace un calor de infierno.

Mientras comemos un completo insalubre en el clásico Venezia del Barrio Bellavista, especulamos las reacciones y las medidas del gobierno, escuchamos las bocinas y la gente celebrando en la calle. Estamos en un barrio amigo y casi todos están contentos.

Veinte minutos más tarde estamos de vuelta en Plaza Italia. Todo Chile está concentrado en dos puntos: el Hospital Militar y el ombligo de Chile donde estamos nosotros. La gente grita, lanzan papeles de los edificios y carabineros, que en un momento trató de empujar a la multitud hacia la calle Vicuña Mackenna, quedó atrapada entre una muchedumbre que crecía por minuto.

Una escena. Un joven con un pañuelo rojo del FPMR al cuello extiende la mano a un carabinero, este lo mira desconfiado, se saca el guante y estrecha la mano del joven de forma afectuosa.
Otra escena. Dos señoras mayores comentan incrédulas que uno de los carabineros encargados de mantener el orden murmura entre dientes: “saltaría si pudiera” en el momento que todos gritan “el que no salta está de duelo”.

Ya no sabemos que hora es, pero con Rodrigo seguimos la columna que decidió avanzar en dirección a la moneda. Estamos frente al Edificio Diego Portales y mi cámara registra cómo la multitud celebra en las escaleras que dan a la entrada principal del edificio. Una chica que graba a mi lado me comenta que es increíble, que es una procesión casi como las que se realizan en semana santa. La miro hablar y me parece radiante. Todo en este momento me parece radiante.
Rodrigo me hace gestos y se ve feliz.


Si esto es un Vía Crucis La Moneda es el punto culmine. No tengo más batería y trato de cargar mi cámara en un cajero automático. Aparece un guardia y piensa que estoy poniendo una bomba o algo. Me amenaza. Me dice que salga ahora o cierra la cortina metálica y exploto con todo. Trato de explicar pero no escucha. Salgo.

Al frente de La Moneda todos saltan y rien. Familias enteras se encuentran disfrutando del trozo de historia que les pertenece. Los niños preguntan los padres responden. Llega más gente. Esto es un mar de gente. Con Rodrigo nos miramos y notamos que este tipo de cosas no duran mucho. Ambos sabemos que debemos salir de ahí, Rodrigo me da una segunda predicción: la paz no dura mucho.

Antes. Mucho antes. Un día antes. Estamos afuera de la casa de Balmes el pintor. Tenemos una cita para entrevistarlo pero nadie sale. Balmes, tras un rato, nos habla por citófono y nos dice que no nos puede atender, que “Gracia está enferma y que están esperando al doctor” que “la otra semana puede ser”. Nos vamos sin hablar. Bebemos un shop en una fuente de soda en la Plaza Ñuñoa. Rodrigo me cuenta que escribió unos poemas, que uno de ellos lleva una imagen de Pinochet y que habla de la muerte de este. Me cuenta, con un poco de humor que un huaso le arrebató de las manos la única copia que tenía mientras recitaba en una tertulia en Los Andes. Rodrigo no se da cuenta –yo tampoco- pero acaba de hacer una predicción.

Estamos separados por un mar de gente. La moneda es inalcanzable y un par de manifestantes no entendieron el concepto. Los carabineros nos atacan con todo pero la gente es mucha. Pierdo a Rodrigo y entre la multitud aparece un tipo con la cabeza rota y al borde de la inconsciencia. La gente corre y tropieza con los árboles como si corrieran con los ojos vendados. El gas es fuerte y apenas puedo respirar, mucho menos ver. Un hombre quiere ir a enfrentar a los carabineros porque golpearon a su hijo. El niño no debe tener más de diez años y llora desesperado. La gente que antes celebraba se divide en dos grupos. Unos se esconden a esperar que pase todo para volver a salir, otros pelean. Yo me escondo. Se me viene a la mente el carabinero y el joven del FPMR. Pienso en sus manos estrechadas y no logro entender qué pasó. Encuentro a Rodrigo.

Es de noche. La Alameda es un campo de batalla que me gustaría haber filmado. Como nota mental considero comprar baterías de recarga para mi cámara. Rodrigo se devuelve a Los Andes y me pide que lo acompañe al Terminal Los Héroes. Estamos en el cerro Santa Lucía y no entiendo cómo le digo que bueno.
Cruzamos.
Mientras Santiago está en pie de guerra, Rodrigo y yo celebramos la oportunidad de haber estado juntos en un momento como este.
Mientras grupos de Punkies corren por el Paseo Ahumada armados con palos y cadenas, nosotros alucinamos con lo que le vamos a contar a nuestros nietos y nos reímos, pues pensamos que a lo mejor ni siquiera vamos a tener nietos.
Y, mientras intentamos llegar enteros al Terminal Rodrigo me dice que como él ve las cosas, esto siempre va a ser así; nunca vamos a acabar con esta fractura a no ser que ocurra una fractura aun mayor y que mejor estemos preparados. Yo lo miro, en silencio, y ruego a Dios que esto no sea una tercera predicción.

2 comments:

Anonymous said...

…una mucho más elevada y elocuente versión de la secuencia que llegaron contando esa semana. Saludos, christian g.-

Cinnamon said...

Me pareció excelente el texto, escribes muy bien, además sentí que tu versión habría sido la que hubiera vivido si hubiera estado en stgo ese día, sin embargo estaba de gira de estudios en el sur y nadie sabía si era verdad o era mentira, no sabíamos si abrazarnos o reír, en fin, felicitaciones